Ponencia para el XIX congreso de Jueces para la Democracia

Carlos Gómez Martínez

 Cuando se han acentuado las diferencias de nivel de vida entre los países separados por un  “muro de oro” cada vez más alto que atraviesa imaginariamente el planeta, y cuando se ha debilitado la esperanza de un desarrollo real de los países pobres que permita una vida digna a la gran mayoría de su población,  los flujos migratorios han aumentado espectacularmente, favorecidos por los efectos colaterales de la globalización, como son la rápida circulación de la información y  el abaratamiento de los costes del transporte. Hoy podemos decir que un mosaico de gentes de las más diversas culturas esta aquí, a las puertas de casa, llenando los parques de nuestras ciudades los domingos por la tarde, durmiendo por turnos en pisos precarios  y ocupando un lugar cada vez más significativo de un espacio público que hasta ahora concebíamos en términos de una relativa homogeneidad.

Se trata de los nuevos excluidos. Si Grecia inventó una democracia perfecta con olvido de los esclavos, si Roma concibió el derecho sólo para quienes ostentaban la ciudadanía, hoy, la más sofisticada creación jurídica de nuestra civilización, el “Estado social y democrático de derecho”, deja fuera de sus límites a un gran número de personas a los que conocemos con el nombre de “los sin papeles”, en realidad, los “sin derechos”.

A pesar de las barreras policiales y de las políticas de extranjería restrictivas, pocos piensan, en el fondo, que sea posible detener la inmigración. De persistir la actual tendencia, favorecida, sin duda, por la curva demográfica descendente de los países de la Unión Europea, singularmente de España, asistiremos al nacimiento de una sociedad multicultural, porque la asimilación a la cultura dominante es una opción discutible a la que se opone la concepción de la diversidad cultural como una riqueza, pero también porque la adecuada gestión de la integración deviene difícil cuando el flujo migratorio es masivo y los servicios propios del Estado de bienestar, sanidad, educación y atención social han sufrido drásticos recortes después de decenios de predominio del neoliberalismo coincidente con el neoconservadurismo imperante en buena parte del hemisferio occidental en su concepción de un Estado dotado de servicios públicos raquíticos.

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